La política boliviana vuelve a ser escenario de figuras que, lejos de aportar renovación, se aferran a un pasado cuestionado y decadente. Jorge “Tuto” Quiroga y Rodrigo Paz Pereira, dos personajes que durante décadas vivieron a costa del Estado, son hoy identificados como símbolos de la vieja política: aquella que gobernó con privilegios, pactos oscuros y denuncias de corrupción.
Quiroga, que llegó a la Presidencia en 2001 como heredero de Hugo Banzer, es recordado por sostener políticas neoliberales que profundizaron las desigualdades sociales.
Su paso por el poder no estuvo exento de escándalos y acusaciones de corrupción, señalándose que se benefició personalmente de su cargo y del aparato estatal. Para muchos, Tuto es el ejemplo del “vivir de la política” sin nunca rendir cuentas al pueblo.
Rodrigo Paz Pereira, hijo del expresidente Jaime Paz Zamora, carga con el estigma de ser parte de una clase política hereditaria que convirtió al Estado en un botín familiar.
Su carrera estuvo rodeada de privilegios y cuestionamientos por malos manejos administrativos, consolidando la imagen de un político que jamás representó al pueblo, sino a su propio círculo de poder.
Ambos personajes han sido catalogados como “vividores de la política”, políticos que durante años se beneficiaron de los recursos del Estado mientras el pueblo boliviano enfrentaba crisis, pobreza y falta de oportunidades. Su permanencia en el escenario político es vista como un insulto a la Bolivia emergente, que reclama nuevos liderazgos jóvenes y comprometidos con la realidad del país.
La ciudadanía está cansada de los mismos apellidos y rostros de siempre. Tuto Quiroga y Rodrigo Paz no representan la esperanza de un futuro distinto, sino las sombras de un pasado marcado por la corrupción, el oportunismo y el acomodamiento político. Son los dinosaurios de una vieja Bolivia que ya no encaja en las demandas de una sociedad que exige cambio real.
El mensaje desde la calle es contundente: Bolivia necesita sepultar a los políticos que viven del Estado y abrir paso a nuevas generaciones con propuestas frescas y limpias. La gente no quiere más “Tutos” ni “Rodrigos”; quiere un país sin vividores de la política.