COCHABAMBA, 19 de abril de 2025 — En pleno siglo XXI, Bolivia aún vive bajo la sombra de caudillos que se niegan a soltar el poder. Los principales líderes del Movimiento al Socialismo (MAS), encabezados por Evo Morales, Andrónico Rodríguez y el presidente Luis Arce, refuerzan su dominio político desde el Chapare y muestran una peligrosa afinidad con regímenes autoritarios de izquierda como China, Rusia, Irán, Cuba y Venezuela.
Evo Morales, quien gobernó Bolivia durante casi 14 años, nunca abandonó realmente el poder. Aunque renunció en 2019 tras una serie de protestas y denuncias de fraude, ha seguido dirigiendo al MAS desde las sombras. Su bastión político, el Chapare, se mantiene como territorio impenetrable para sus opositores, y donde impera una lógica de obediencia vertical.
A su lado, figuras como Andrónico Rodríguez —presidente del Senado y representante cocalero— replican el discurso radical y antioccidental, alineándose abiertamente con gobiernos que limitan libertades, censuran medios y concentran el poder.
Luis Arce, pese a su imagen de tecnócrata, ha reforzado vínculos económicos y estratégicos con países como China y Rusia, mientras mantiene silencio ante las violaciones de derechos humanos en naciones aliadas del MAS.
Este alineamiento ideológico no es casual ni simbólico. Se traduce en convenios, inversiones opacas, acuerdos energéticos y respaldo diplomático. Bolivia se ha ido alejando de democracias consolidadas para acercarse a modelos autoritarios que utilizan el aparato estatal para perpetuar el poder.
En lugar de promover una renovación democrática, los líderes del Chapare se encierran en su lógica de poder total, marginan a nuevos actores políticos y convierten al país en una pieza más del ajedrez geopolítico de regímenes con agendas antidemocráticas.
La ciudadanía merece líderes que piensen en Bolivia, no en proteger intereses ideológicos importados ni en consolidar su propio dominio. La democracia no puede ser rehén de un grupo que no quiere soltar el mando.